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  • Will Wat

No hay primavera sin invierno: La Primavera Árabe seis años después


¿Primavera?

El 10 de diciembre de 2010 se iniciaría un cataclismo político que haría temblar todo Oriente Medio. Sucedió ese mismo día. Un vendedor ambulante de Túnez sería despojado de sus mercancías y ahorros por parte de las autoridades. El vendedor ambulante, se llamaba Mohamed Bouazizi y se prendería fuego, muriendo en el proceso. De este modo se convertiría en la chispa que encendiera el fenómeno conocido como la Primavera Árabe. 

Había llegado el momento de derrocar los gobiernos de las dictaduras militares autárquicas y corruptas. Este terremoto social, cambiaría el sistema de gobierno en Túnez, Libia, Egipto y Yemen, sus ondas sísmicas se harían notar en todo el norte de África y Oriente Medio.

Yemen y Siria comenzarían una guerra civil que parece no tener fin. Naciones Unidas menciona que casi tres cuartas partes de la población Yemení (28 millones de personas), actualmente requiere asistencia humanitaria. La guerra Siria cumple siete años dentro de tres meses y Libia sigue constituyendo un Estado fallido, con continuos enfrentamientos sangrientos en las principales calles de la ciudad. 

Trágicamente, el presente dirigente de Egipto es aún más autoritario que sus dos predecesores. Actualmente, Jordania y Líbano están inundados de refugiados. Sólo en Túnez, donde todo comenzara, parece haber una frágil esperanza.

El siglo veinte ha sido muy convulso para Oriente Medio. Lo trágico es que la situación ha empeorado catastróficamente en los últimos seis años del presente siglo. Como era de esperar, los que más han sido sufrido han sido los rebeldes.  ¿A qué se debe todo este caos?

No hay verano ni otoño, de primavera a invierno.

La falta de legitimidad de los dictadores que gobernaban Túnez, Libia y Egipto era evidente. Estos pueblos, por lo tanto, no contaban con una digna representación. 

Mas tarde, al ser los dictadores  derrocados, se disparaba el optimismo entre los comentaristas occidentales. Estos daban por sentada la reforma. Había esperanzas en un “despertar del pueblo”, desgraciadamente, no resultó así.

Steven Cook, analista del Council of Foreign Relations comenta al respecto:

“los levantamientos dejaron a unos países estancados entre el desacreditado orden político antiguo y el deseado, pero inalcanzable sistema político democrático, siendo las fuerzas antidemocráticas las que más se beneficiaron del espacio político contestado entre ambos mundos.

El fracaso en acabar con los antiguos regímenes, hizo que las fuerzas políticas que demandaban el cambio fueran vulnerables a las organizaciones opuestas mejor organizadas y financiadas (islamistas, generales, extremistas, la antigua guardia y sus aliados)”

Steven Cook. False Dawn: democracy, protest and violence in the new middle east. 2017

Desde hace más de dos décadas, Samuel Hunington en su famoso Choque de Civilizaciones, predeciría la situación egipcia de 2011 con estas afirmaciones:

"El islamismo político sería el jugador más beneficiado si hubiera una apertura democrática en las dictaduras. Lo que significa que la instauración de democracias liberales en esos países árabes, favorecerían a las fuerzas antioccidentales."

Las oportunidades de cambio fueron aprovechadas por los más preparados: los opositores a los regímenes.  Pero algo que complicaría aún más la situación, sería la diversidad de los opositores: reformistas, islamistas, extremistas etc. Estos grupos compartían poco más que su oposición al régimen.

Aquí se produce un fenómeno interesante: las coaliciones entre distintos actores se crean con un enemigo en común. Para conseguir cumplir su objetivo, se ponen las posibles diferencias internas de lado. En cuanto una alianza opositora vence al gobierno, uno de los precios que deberán pagar los ganadores, es ver como las diferencias entre ellos comienzan a aflorar.

El hecho de que las partes se hallen enfrentadas, no es una coincidencia. Lo que sucede es que los dictadores se dedican a oprimir a la oposición y para proteger su falta de legitimidad, eliminan las posibles vías con que los ciudadanos cuentan, para formular sus posibles demandas. Esta estrategia busca enfrentar entre sí a sus posibles opositores y favorecer a los grupos que les son leales. De esta manera, existe poco sobre lo que construir, una vez derrocado el dictador.

La situación tunecina tras el derrocamiento de Ben Alí es la más optimista de todas, aunque es un reflejo claro de esta tragedia y demuestra que la falta de cohesión entre los funcionarios del gobierno, es el motivo principal de su fragilidad.

No es que los desacuerdos no existieran cuando Ben Ali gobernaba, pero se optó por no tomar en cuenta tales diferencias con el objetivo de derrocar al dictador.

Hosni Mubarak que llevaba más de treinta años en su puesto gobernando de manera autocrática Egipto, profetizaría lo siguiente: Los mismos jóvenes que piden el cambio y la reforma, serán los primeros en sufrir sus consecuencias.

No son estaciones, es desarrollo político.

Un fenómeno al que se está enfrentando mi generación es el de la amnesia histórica. Ya olvidamos lo tremendamente costoso que fue construir las instituciones de las que en la actualidad disfrutamos en occidente. El desbordante optimismo en los inicios de la Primavera Árabe era ingenuo, de la misma manera que también lo fue el pesimismo, al fracasar los primeros experimentos con la democracia.

El gran drama con el que nos tuvimos que enfrentar en el comienzo de dicha Primavera, fue el vernos obligados a elegir. Elegir si defendíamos a los dictadores (teniendo presente la improbabilidad de que se reformaran) o si promocionábamos los esfuerzos de los rebeldes que querían derrocarles, aunque tampoco pudiesen garantizar la instauración de valores liberales.

Lo que creíamos ver desde occidente, resultó ser un espejismo: no eran unos oponentes que tuvieran en común el deseo de una democracia liberal. Había muchos y distintos anhelos. De entre todos los distintos intereses, unos querían más islamismo, otros mantener los regímenes y otros optaban por el reformismo. Sin embargo, tales instituciones heredadas no contemplaban una pluralidad política.

El nacimiento de las democracias siempre ha sido, cuanto menos, tortuoso. Se debe recordar que las transiciones hacia democracia en Francia,  Inglaterra o Alemania no fueron sencillas. No lo fueron ya que las instituciones que se heredan después de un régimen absolutista, no responden a las nuevas necesidades.  En palabras de Fukuyama, resultan ser pegajosas; esto se refiere al hecho de que los problemas no desaparecen con un dictador. Ya que su modelo de gobierno continuará siendo problemático. En tales momentos, no se sabe cómo gestionar las demandas de los distintos representantes civiles, por eso son tan comunes las protestas y enfrentamientos.

El éxito de las transiciones hacia la democracia depende de un cúmulo de factores: que el régimen antiguo sea parte del proceso, que los ciudadanos deseen de una manera clara y colectiva la democracia y quizás el más importante de todos: que el nuevo orden consiga aumentar la prosperidad de los ciudadanos.

Las transiciones de dictaduras a democracias han probado ser tremendamente difíciles y a menudo no son exitosas. Esto sucede porque hay que tener en cuenta que la democracia no es un fin al que se llega, sino un camino que se emprende.

Sin caer en la ingenuidad, hay que decir que no está toda la esperanza perdida. Si miramos hacia atrás, el caso de Las Primaveras de los Pueblos de 1848, que habían tomado los ideales de la revolución francesa, sacudió toda Europa.  En esa ocasión, aunque se intentó acabar con el absolutismo, no se llevó a feliz término. De este modo, dichas transiciones fueron rápidamente reprimidas en muchos casos, porque, entonces como ahora, es más fácil derrocar un gobierno, que construir uno nuevo.

Estas ideas continuaron avanzando y abrieron la puerta a cambios políticos, económicos y sociales. De la misma manera que, con el tiempo, las motivaciones que inspiraran la revolución francesa seguirían cogiendo fuerza. “Liberté, égalité, fraternité”, es hoy el lema de la República Francesa, algo que damos por sentado, aunque en el siglo dieciocho, fuera una idea tremendamente revolucionaria.

Dichas transiciones no son cambios pacíficos en muchos casos y la historia demuestra que, para líderes poderosos como Ben Alí, Mubarak o Gadafi, la negociación es difícil, ya que hay que tener en cuenta que, para un líder o mandatario poderoso, negociar es admitir limitaciones.

La realidad es que los problemas que enfrentó Egipto y otros países en transición, eran hasta cierto punto previsibles, por las instituciones existentes en el régimen. El desarrollo y avance en sistemas políticos suele ser difícil y no lineal. Es un camino arduo, duro y cruel. Es conocido que las situaciones a menudo tienen que ir a peor, antes de que empiecen a mejorar.

El problema por supuesto, no es sólo institucional, es igualmente importante la confrontación de ideas. El hecho de que los ciudadanos quieran o no tener una democracia, es más relevante que los medios para conseguirla. Por lo que, si éstos no luchan por ella,  la democracia en dichos países podría no llegar nunca. 

Estos países llevan siglos en continuo contacto con occidente. La teoría de que a estas sociedades nunca les llegaron ideas de ilustración, es falsa, ya que desde que Napoleón llegó a egipto en 1798, estas sociedades tuvieron contacto con los valores liberales, aunque fuera de una manera intermitente. Lo que sucedió es que en muchos casos los intereses de occidente no eran promocionar la democracia, si no avanzar en sus intereses estratégicos.

Un ejemplo de ello es el islamismo político, que es más reciente de lo que se suele pensar. Surge como reacción a los estragos sufridos por estas sociedades ante las humillaciones por parte de poderes occidentales. Nacido como respuesta ante unas ideologías extranjeras en un mundo cada vez más rápido y difícil de entender.  El mero hecho de usar el Islam como herramienta política, indica claramente que es una respuesta moderna.  Traducir la religión a una ideología política, es una consecuencia inevitable de la moderna competición entre ideologías. 

Un país no se cambia en un día, ni en seis años. Es evidente que la situación ha empeorado, desde el instante en el que Bouazizi encendió su cerilla en diciembre de 2010. Sin embargo, hoy lleva su nombre la vía principal de Túnez.

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